Hubo
una vez...
En
que Argentina vivió quizás su peor pesadilla.
Transcurría
el año 1982 y un 2 de Abril a miles de jóvenes y adolescentes les
robaron una vida.
Una
vida que tenían plena de ilusiones, de fe y de esperanzas.
Fue
una guerra sin sentido.
Lamentablemente
siempre existen países con intereses políticos
y
fueron ellos los que crearon, fomentaron y muy tristemente llevaron a
cabo esta masacre.
Estos
jóvenes, nuestros jóvenes, nuestros soldados que se convirtieron de
la noche a la mañana en valientes soldados, salieron(la mayoría de
ellos) a luchar al frente careciendo de preparación para enfrentar
al enemigo, cargando entre sus manos fusiles obsoletos. Nuestros
chicos han visto dos guerras; la de las balas, los cañonazos, la
destrucción y la guerra del hambre, del frío, del maltrato
psíquico, la de la muerte segura.
Debido
a que el Ejército Argentino se declaró con medios no suficientes
para el sustento de los batallones, el pueblo comenzó a movilizarse.
De
manera que la gente se solidarizó.
Miles
de abuelas y madres comenzaron a tejer bufandas para abrigar el
cuello de nuestros valerosos jóvenes.
Familias
que donaban alimentos no perecederos y los que podían se
desprendían de sus joyas para que nuestros queridos soldados no
padeciesen frío ni hambre. Así fue que hubo en televisión
programas que hicieron maratones de horas para poder recaudar en el
menor tiempo posible estas donaciones.
Mucho
más tarde el pueblo argentino triste y dolorosamente se llevó una
gran decepción cuando se enteró de que todo el esfuerzo de la gente
había sido en vano ya que a los soldados no les llegó nada, debido
a que manos inescrupulosas y manipuladoras hicieron desaparecer lo
recibido.
El
fin de la guerra se produjo un 14 de junio saliendo victoriosos los
ingleses. Fueron 73 días que nuestros valientes chicos se
enfrentaron al terror, a la angustia, al miedo, a ver morir muchos de
ellos a sus propios compañeros.
73
días pasaron a la historia de un pueblo argentino que se vio
subyugado por una dictadura que dañó mucho al país y a su gente.
Esta
atroz pesadilla dejó un penoso saldo de: 649 bajas, 1300 heridos,
11313 soldados capturados y entre 350 a 454 suicidios.
Hoy
puedo decir que después de 35 años he complacido un deseo
un
anhelo que en un rincón de mi corazón llevaba guardado muy
celosamente durante todos estos años.
Por
aquél entonces yo cursaba el quinto año del Bachiller en una
escuela nocturna, el Nacional de San Isidro. Y un 28 de abril de
dicho año en una de las asignaturas la profesora nos invitó a
escribir cartas a los soldados que estaban al frente para darles
ánimo, fe y esperanza de que todo iba a salir bien.
Así
fue que yo escribí mi carta con toda la esperanza deseando que
llegara a manos de algún soldado. Durante largos meses aguardaba con
ansiedad al cartero todos los días esperando la respuesta a mi
carta.
Y
un día, un día del mes de Junio debajo del portón del garaje
estaba
mi respuesta.
Escrita
en una hoja de papel muy fino, de color celeste, con una letra
impecable y con algunas manchas de barro a consecuencia del día
lluvioso.
Incrédula
y con una emoción indescriptible comencé a abrir muy lentamente y
con mucho cuidado lo que para mí era mi tesoro más preciado.
La
carta que hoy pertenece a la historia de un pueblo que sufrió y se
sintió engañado, decepcionado por quienes sembraron el horror y la
tragedia de una guerra inútil.
Mi
carta había caído en manos de un valiente soldado llamado Alejandro
Zuloaga.
En
ella agradece la carta recibida y me cuenta que éramos vecinos, y
que estaba estudiando en la Facultad de Ciencias Económicas. Lo
reclutaron como suboficial de reserva y al final de la carta su deseo
era de poder conocernos personalmente.
A
los pocos días la guerra terminó.
Durante
muchos años traté de dar con él.
Lo
buscaba entre los nombres de los soldados caídos en combate
y
felizmente nunca leí su nombre. Pero había lago en mi interior que
no me permitía seguir indagando por temor, por
un
inexplicable miedo que mi conciencia no quería y se rehusaba a
aceptar.
En
el año 2004 me vine a España buscando un destino un poco más digno
que el que teníamos en Argentina y luego de varios años mi hijo
Héctor lo ubicó en el facebook. A él le tengo que agradecer este
milagro. De manera que de tanto en tanto nos comunicábamos por este
medio. Y el domingo 22 de Enero de 2017 después de casi 35 años de
aquella guerra que nos dejó un mal sabor a todos los argentinos,
Alejandro, mi querido soldado vino a España con su esposa a conocer
y ver un poco sus raíces y estando en Valencia por sólo unas horas
no quería irse sin conocerme, sin darme ese eterno y tan anhelado
abrazo.
Y
fue un milagro.
Y
fue un deseo que se vio reprimido.
Y
fue una emoción compartida.
Y
fueron apenas dos horas en las que casi nos dio tiempo para contarnos
nuestras vidas.
Gracias
y mil gracias querido Alejandro, querido soldado
por
este momento inolvidable que marcará nuestras vidas de ahora en más
y que lo guardaré por siempre en mi corazón, en mi alma, en mi
mente.
¡Hasta
ahora, hasta siempre!
Patricia
Fazio Costa
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