a esas sabias secuoyas
para que me ayuden a desentrañar
el laberinto en el que me encuentro.
Ellas saben de pasos perdidos
tras cuentos inconclusos
o futuros no muy claros
porque fue en copas de sufrimiento
que su sabiduría fraguaron.
Me reciben con besos de canela
y palabras de viejos caminos
que son una lluvia de calma
en mi encrespado río.
Traen entre sus manos
verdades y sensatez que los años
gentiles y fieles les han regalado.
Entonces se pronuncian
ante mi ruego de ayuda
inquiriéndome a vivir
sin agobio pero con bravura.
En los ojos de las secuoyas,
está encerrado el aprendizaje...
dicen que siempre han tenido
la gracia de duendes chiquitos
que sembraron en sus corazones
tesón, valentía y confianza.
Imagen tomada de Imternet
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