Una mesa alta con dos ceniceros
repletos de colillas indica la entrada al bar “La Esperanza”, saludo a los
usuarios de los ceniceros y me recibe una barra alargada en la que está colgado
calentando una esquina, el tío José con su botella de whiskey, es el mejor
sitio para ver la tele y lo ocupa desde antes del almuerzo hasta la hora de
comer, no se entendería el bar sin su presencia, siempre está con sus
chascarrillos y se rie con la boca abierta de par en par, enseñando las mellas
adornadas por cuatro dientes de oro que le pusieron cuando se jubiló, las
paredes están decoradas con fotos del Valencia y en un extremo de la barra, en
la pared, un calendario con fotos de artistas de cine. Le pido una cerveza a
Trini, la dueña del bar, viuda, de mediana edad, entrada en carnes, domina la
situación como nadie y cuando hay bronca o discusión, solo tiene que levantar
la voz y se calman los ánimos, me siento
junto al surtidor de cerveza, al lado del Lico y del Aruso, dos forofos del
Barcelona que pocas veces hablan de otra cosa, que no sea futbol, en la mesa
debajo del televisor están sentados cuatro vecinos, jugando a la brisca o al
Mus, que siempre son los mismos salvo enfermedad o fuerza mayor, solo hablan
para pedir bebida o comentar alguna incidencia en la partida, una de las mesas
está reservada para los amigos de Trini y en ella juegan sus nietos de 2 y 6
años, cuando se los dejan sus hijos, frente a mí, detrás de la barra esta la
hoja de la porra del futbol, esta semana hay 400 € de bote, Andrés ocupa la
otra punta de la barra, siempre está solo con su vaso de vino, pensativo y
cabizbajo, si le preguntas o entra en alguna conversación contesta con
monosílabos, hace dos meses que se le terminó el paro y con sus 56 años, aunque
es un buen albañil, no encuentra quien le quiera dar trabajo.
Me despido de todos con un hasta
luego y salgo rodeando los ceniceros rebosantes de colillas…
Moisés Coronado, Noviembre de 2016.
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