sábado, 19 de noviembre de 2016

HORA PUNTA, por Moisés Coronado.

La luz incisiva de la máquina del convoy, apareció en el fondo del túnel iluminando la oscuridad y aproximándose rápidamente.
Eloy estaba inquieto, el andén estaba más saturado que de costumbre, eran las 8:37, el tren no llegaba y para colmo un grupo de jovenzuelos, 15 años más o menos había calculado, jugaban alborotando alrededor de él, sabía lo que esto significaba, algún incauto sería víctima de este grupo sufriendo seguramente un robo; abrazó la bolsa fotográfica que llevaba en bandolera, tenía que estar a las 9:00 en el Centro Pompidou para hacer un reportaje fotográfico y a poco más que tardara el tren no llegaría a tiempo.
Entró silbando en la estación atestado hasta los topes, la gente se arremolinó alrededor de las puertas, que se abrieron con un pitido intermitente, Eloy se puso tenso y se preparó para subir al vagón, en el remolino que se formó al entrar notó que la gente lo conducía hacia un rincón, enfrente de la puerta, la bolsa fotográfica la tenía controlada y con la mano libre se tocó el bolsillo por fuera del pantalón, asegurándose de que la cartera se encontrara en su sitio. A pesar de que el vagón estaba lleno solo se oía un rumor apagado de conversaciones, se acomodó de pie en una barra para apoyar la espalda y alzando la vista, descubrió con estupefacción que la cuadrilla de “niñatos” estaba a su alrededor, apretó con fuerza la bolsa y se tocó instintivamente el bolsillo, notando y agarrando fuertemente una mano que trataba de introducirse en él.
El grito que soltó Eloy dejó callado todo el vagón, la gente lo miraba intentando adivinar lo que pasaba, los chavales se quedaron parados sin saber qué hacer y en la confusión que se organizó aprovechó para, sin dejar de gritarles, empujarlos desconcertados fuera del vagón, una vez en el andén comenzaron a insultarle y escupirle, haciendo aspavientos con las manos en el mismo momento que las puertas se cerraban, con idéntico pitido intermitente que cuando se abrieron.
Eloy volvió temblando a su posición y miró alrededor, unos levantaban el dedo pulgar en señal de triunfo, otros trataban todavía de comprender lo ocurrido, pero lo que fue cierto y pudo comprobar, es que nadie movió un solo dedo para ayudarle.



Moisés Coronado, Mayo de 2016.

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