La tarde iba perfecta, lo tenía todo
controlado, la puerta de la calle cerrada con llave, la válvula del agua y la del
gas también estaban cerradas, mi madre, que padecía Alzheimer, se había quedado
en casa con la píldora tranquilizante recién tomada, viendo en la televisión el
programa de Ana Rosa, que le encantaba, y me dirigía a la cafetería Chamonix
donde había quedado a las cinco con Aida, mi compañera de clase, para ir al
cine Avenida, y después la invitaría a cenar en el restaurante Oma, al lado del
malecón por el que, finalizada la cena, daríamos tranquilamente un paseo y
luego la acompañaría a su casa. Era la primera vez que aceptaba mi proposición
después de varios intentos fallidos, llevaba las entradas en el bolsillo de la
chaqueta y llegaría al Chamonix con quince minutos de adelanto, para que Aida no
tuviera que esperar.
Me senté en una mesa cerca de la
entrada y junto a la ventana, para controlar su llegada y pedí una tónica, no
tenía el cuerpo muy católico y estaba un poco nervioso, no por la cita sino
porque no se me quitaba de la cabeza que mi madre pudiera hacer alguna
trastada, aunque últimamente, con el tranquilizante que le habían recetado,
estaba mucho más sosegada y parecía que razonaba mejor. Por fin la vi acercarse
a lo lejos, venía preciosa con su peinado a lo “garçón”, minifalda azul claro y
su blusa blanca, con el botón superior desabrochado dejando imaginar sus lindos
atributos, zapatillas blancas de medio tacón daban garbo a sus andares y
completaban su conjunto, me encantaba su estilo…, no pude esperar más y salí a
su encuentro, nos saludamos dándonos la mano y un beso en la mejilla, volvimos
a la mesa y pidió un “Trina”. Mientras comenzamos a hablar de cosas
intranscendentes…, pero yo notaba que la mente se me iba desviando en torno a
mi madre, no podía evitarlo, repasaba mentalmente como la había dejado y estaba
todo claro, sin embargo el desasosiego iba adueñándose de mí.
Cuando nos dimos cuenta, el tiempo
había pasado rápidamente entre risas y miradas de complicidad, salimos
bromeando y con paso rápido hacia el cine, que no estaba muy lejos. La película
que iban a proyectar se titulaba: “Despedidas”, una historia japonesa, que
trataba el tema de la muerte, entre lo cómico y lo dramático, y que agradaba a
todos los públicos, según la crítica. Nos sentamos y en la proximidad de las
butacas, me llegaba muy levemente su perfume con olor de azahar, estaba rendido
ante sus deliciosos encantos, solo el pequeño roce de sus manos me elevaba
hasta el cielo, momentos muy dichosos solo interrumpidos por el recuerdo de mi
madre a la que había dejado sola…, y esa inquietud fue apoderándose de mí,
hasta que en mitad de la película ꟷel balcón, me olvidé de echar el picaporte a
la puerta del balcónꟷ dije en voz alta, casi gritando y preso de pánico le
dije a Aida que tenía que irme, no encontraba las palabras para explicarle lo
que sucedía con mi madre y sin más aclaraciones, la dejé sentada en su butaca y
me fui corriendo hacia mi casa, asustado, imaginaba a mi madre dando un
escándalo desde el balcón o peor todavía, aplastada contra la acera. Cuando
llegué al portal reinaba la tranquilidad, abrí sin hacer ruido la puerta de mi
casa y allí estaba plácidamente dormida en el sillón, con la tele a toda
pastilla y la puerta del balcón abierta de par en par. Cerré el balcón, acosté
a mi madre en su cama y regresé corriendo al cine, pero la película ya había
terminado, ni rastro de Aida, me acerqué al malecón con la esperanza de que
estuviera paseando por allí, pero la esperanza se desvaneció rápidamente. Tomé
el camino de vuelta a mi casa cabizbajo y desencantado por el final de la
maravillosa tarde…, había perdido mi oportunidad.
Moisés Coronado, Febrero de 2016.
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