Llevo un tiempo paseando con Granada, cogidos de la mano recorremos sus calles, me enseña sus secretos
y me cuenta sus intimidades. Hace unos
días, después de comer, me llevó al Albaicín, la sentía nerviosa, ilusionada,
recorrimos sus cuevas y callejuelas, el deseo de poseerla me arrebataba en cada
rincón, me llevó, cerrados los ojos, a la plaza del mirador de San Nicolás, pasó
una eternidad y al abrirlos de nuevo, la vi, exuberante, sensual, romántica, Granada….,
mi querida Granada, por fin, desnuda ante mí.
Al fondo lucen, los
montes grises, la nieve blanca y el cielo azul, las nubes, en una explosión de
colores, van del dorado al carmesí, los tejados arden con un amarillo
incandescente, la Alhambra, roja, misteriosa, orgullosa con su corona áurea a
lo largo de las murallas y techumbres.
Me enamoré en ese instante fugaz que nos ofreció el
crepúsculo de aquella tarde, efímera, la nieve fue tornándose azafranada hasta
desaparecer tragada por las sombras, las nubes y el cielo se fundieron con la fría
noche, los tejados se fueron apagando y la aureola, ya escarlata, de las
murallas, fue reconquistada por la espléndida iluminación de la Alhambra, solo
quedó el resplandor de las farolas y de fondo…., un cielo preñado de estrellas
y buenos presagios.
Moisés Coronado, Enero de 2015.
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