lunes, 9 de febrero de 2015

Atardecer en Granada.


Llevo un tiempo paseando con Granada, cogidos de la mano  recorremos sus calles, me enseña sus secretos y me cuenta sus  intimidades. Hace unos días, después de comer, me llevó al Albaicín, la sentía nerviosa, ilusionada, recorrimos sus cuevas y callejuelas, el deseo de poseerla me arrebataba en cada rincón, me llevó, cerrados los ojos, a la plaza del mirador de San Nicolás, pasó una eternidad y al abrirlos de nuevo, la vi, exuberante, sensual, romántica, Granada…., mi querida Granada, por fin, desnuda ante mí.
 Al fondo lucen, los montes grises, la nieve blanca y el cielo azul, las nubes, en una explosión de colores, van del dorado al carmesí, los tejados arden con un amarillo incandescente, la Alhambra, roja, misteriosa, orgullosa con su corona áurea a lo largo de las murallas y techumbres.
Me enamoré en ese instante fugaz que nos ofreció el crepúsculo de aquella tarde, efímera, la nieve fue tornándose azafranada hasta desaparecer tragada por las sombras, las nubes y el cielo se fundieron con la fría noche, los tejados se fueron apagando y la aureola, ya escarlata, de las murallas, fue reconquistada por la espléndida iluminación de la Alhambra, solo quedó el resplandor de las farolas y de fondo…., un cielo preñado de estrellas y buenos presagios.



Moisés Coronado, Enero de 2015.

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