Nos entramos en esta colmena fantástica los zánganos, y de nuestras deliciosas montas con la Abeja Reina nacen estos pollos, pobrecitos habladores.
sábado, 21 de febrero de 2015
ÉRASE UNA VEZ UN DESCUENTO
Érase una vez un puñado de folios en blanco que no disponían de ninguna historia para ser contada, ni personaje alguno al que dar vida. Su autor los había ido juntando uno tras otro con la esperanza de convertir aquello en un original y precioso cuento que batiera todos los récords de venta. Sería, se decía ilusionado, el cuento jamás contado, el cuento jamás escrito. Sin miedo a error, podría decirse que aquel puñado de papeles no era, ni iba a ser nunca, un cuento de los conocidos por todos. Desde la portada a la última página camparía a sus anchas el más riguroso e impoluto color blanco. Aquel proyecto sería, de no evitarlo nadie, todo lo contrario de un cuento: un descuento; un hermoso y entretenido descuento en el que no se verían reflejadas bellísimas princesas, ni apuestos príncipes, ni caballitos de mar, ni madrastras, ni enanitos, ni heidis, ni patitos feos, ni cisnes, ni pinochos, ni blancasnieves, ni cerditos, ni caperucitas, ni alibabás, ni piterpanes, ni cenicientas, ni bambis, ni gatos con botas, ni aladinos, ni alfombras voladoras, ni viajes de gulliver, ni simbades marinos, ni robinsones, ni libros de la selva; ni siquiera, novedosas historias que, tercas ellas, se empeñasen en acudir a la cabeza del prodigioso autor. Nada. Nadie. Allí, en aquel descuento, no habría nada ni nadie a quien escribirle una historia por muy pequeña y sencilla que fuera. Y así se hizo. Y al aparecer el libro en los escaparates, toda la crítica literaria habló maravillas de aquel descuento tan interesante que todo el mundo, fuese cual fuese su edad, quería poseer con tal de tener entre sus manos aquellas páginas en blanco que tanto sugerían. Cualquiera podía descubrir en su interior un mundo maravilloso y desconocido. Cada cual, en función de sus deseos, iba rellenando con imaginación sus páginas sin que intruso alguno desviara su atención de lo que realmente le apetecía ver o leer, con la ventaja añadida de que en una misma página podían producirse historias distintas al mismo tiempo, lo que, al final, hacía además que el coste del libro del descuento le resultara a los compradores una verdadera ganga. Ni qué decir que el ingenioso autor, sin escribir una sola línea, se hizo de oro con la salida al mercado de su descuento más famoso y original, y que tantos y tantos autores que se descerebraban inventando personajes de ficción y que apenas vendían, le tenían cogida una envidia a prueba de bombas; pero... es lo que dijo el otro con total naturalidad cuando fue entrevistado por la prensa después de haber ganado todos los premios literarios habidos y por haber: Ah, se siente... haber estudiao...
(Luis)
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