martes, 3 de febrero de 2015

DEMASIADO DOLOR

Una gran pena. Tsunnami en Haití 2010

En mi retina se incrusta la imagen de la tragedia y en mi alma los gemidos de dolor de aquellos que con sus carnes abiertas y sus espaldas rotas, quieren avanzar  sin importar los regueros de sangre que brotan de sus cuerpos.  Gritan con sus ojos,  hablan con sus  gestos  del sentimiento atroz que los invade. Muertos a su alrededor, sus muertos; son padres, hijos, amigos. Y yo, Dios, ¿qué hago?, sólo la  desolación,  la impotencia que descalabra de nuevo mi equilibrio. Me pregunto por qué lloro y me siento culpable, acaso es que quiero que recaiga sobre mí ese  castigo, no, no lo quiero. Mi desaliento   es otro, el  deseo imposible de  poner mis manos en sus heridas y besarlos, besarlos a  todos; y levantar con todas mis fuerzas cada ladrillo de sus casas.     
Me iré de este mundo sin comprender el por qué de estas desgracias tan terribles que producen dolor y muerte a miles y miles de seres. Todos sabemos  bien que un día la muerte llegará y aceptamos que es parte de la vida desde el nacimiento; sin embargo, más duro que morir es  seguir vivo con  la experiencia de haber escapado  de ella, de haberla tocado y sentido su frío paralizante; sobrevivir como por un milagro, pero que se venga cruelmente dejando heridas incurable mientras quede aliento. Habiendo obligado a ver  cómo atrapaba a los tuyos, algunos de la misma sangre. Muertes ruines que se adentran de tal modo en las entrañas que te descuajan  el alma.

Carmen de la Torre
    Carende
16/01/2010

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