Una gran pena. Tsunnami en Haití 2010
En mi retina se incrusta la imagen de la tragedia y en mi alma los gemidos de dolor de aquellos que con sus carnes abiertas y sus espaldas rotas, quieren avanzar sin importar los regueros de sangre que brotan de sus cuerpos. Gritan con sus ojos, hablan con sus gestos del sentimiento atroz que los invade. Muertos a su alrededor, sus muertos; son padres, hijos, amigos. Y yo, Dios, ¿qué hago?, sólo la desolación, la impotencia que descalabra de nuevo mi equilibrio. Me pregunto por qué lloro y me siento culpable, acaso es que quiero que recaiga sobre mí ese castigo, no, no lo quiero. Mi desaliento es otro, el deseo imposible de poner mis manos en sus heridas y besarlos, besarlos a todos; y levantar con todas mis fuerzas cada ladrillo de sus casas.
Me iré de este mundo sin comprender el por qué de estas desgracias tan terribles que producen dolor y muerte a miles y miles de seres. Todos sabemos bien que un día la muerte llegará y aceptamos que es parte de la vida desde el nacimiento; sin embargo, más duro que morir es seguir vivo con la experiencia de haber escapado de ella, de haberla tocado y sentido su frío paralizante; sobrevivir como por un milagro, pero que se venga cruelmente dejando heridas incurable mientras quede aliento. Habiendo obligado a ver cómo atrapaba a los tuyos, algunos de la misma sangre. Muertes ruines que se adentran de tal modo en las entrañas que te descuajan el alma.
En mi retina se incrusta la imagen de la tragedia y en mi alma los gemidos de dolor de aquellos que con sus carnes abiertas y sus espaldas rotas, quieren avanzar sin importar los regueros de sangre que brotan de sus cuerpos. Gritan con sus ojos, hablan con sus gestos del sentimiento atroz que los invade. Muertos a su alrededor, sus muertos; son padres, hijos, amigos. Y yo, Dios, ¿qué hago?, sólo la desolación, la impotencia que descalabra de nuevo mi equilibrio. Me pregunto por qué lloro y me siento culpable, acaso es que quiero que recaiga sobre mí ese castigo, no, no lo quiero. Mi desaliento es otro, el deseo imposible de poner mis manos en sus heridas y besarlos, besarlos a todos; y levantar con todas mis fuerzas cada ladrillo de sus casas.
Me iré de este mundo sin comprender el por qué de estas desgracias tan terribles que producen dolor y muerte a miles y miles de seres. Todos sabemos bien que un día la muerte llegará y aceptamos que es parte de la vida desde el nacimiento; sin embargo, más duro que morir es seguir vivo con la experiencia de haber escapado de ella, de haberla tocado y sentido su frío paralizante; sobrevivir como por un milagro, pero que se venga cruelmente dejando heridas incurable mientras quede aliento. Habiendo obligado a ver cómo atrapaba a los tuyos, algunos de la misma sangre. Muertes ruines que se adentran de tal modo en las entrañas que te descuajan el alma.
Carende16/01/2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario