A mi hijo menor y su familia
SIGO A LA ESPERA
El espumillón se destiñe mientras las horas y los días van deslizándose a un compás lento y vacio, sin nuevas.
No quedan regazadas las ausencias en el año que termina; por el contrario, sigue vagando la languidez silenciosa que hostiga la armonía y encona el alma.
Continúan los regalos bajo el árbol de navidad con sus nombres escritos con ilusión y mimo. Permanece iluminado muchos días después de pasar las fiestas; muestra de un hálito de esperanza, o quizás, de querer forzar a que se cumplan los deseos. Sin embargo, se filtra por las rendijas la visión del encuentro con el hijo esperado. El desánimo arrogante se hace eco por todo el hogar.
Voy empacando los besos con toda tristeza al igual que los adornos, y, con cada uno que descuelgo, se produce en mi pecho un desgarro.
Ni la distancia ni el transcurrir taciturno de los días merma las ansias de tenerlo conmigo; ni el miedo enquistado en el momento de su marcha a ese país ignoto y lejano.
En el mismo instante que el avión despegaba, sentí que se apresaban mis manos y su arrullo se deshacía hilo a hilo ante la sangre de mis pies helados porque pensaba, ¿y si me necesitara?
A veces, sonrío con los ojos cerrados e imagino un susurro en forma de canto que dice: madre, tu hijo por el camino viene con el suspiro apretado, con el corazón de semillas florecido y dulces brotes que entregar a sus padres. Inhala un puñado de su tierra como si de una rosa se tratara. Y su aliento acelerado va abrazando a sus gentes, cual destellos de ensoñaciones. Ya brilla mi sol sobre los cerros; los patos en el agua mansa se refrescan, vienen contentos de llevar al río abierto, para siempre mi pena.
No quedan regazadas las ausencias en el año que termina; por el contrario, sigue vagando la languidez silenciosa que hostiga la armonía y encona el alma.
Continúan los regalos bajo el árbol de navidad con sus nombres escritos con ilusión y mimo. Permanece iluminado muchos días después de pasar las fiestas; muestra de un hálito de esperanza, o quizás, de querer forzar a que se cumplan los deseos. Sin embargo, se filtra por las rendijas la visión del encuentro con el hijo esperado. El desánimo arrogante se hace eco por todo el hogar.
Voy empacando los besos con toda tristeza al igual que los adornos, y, con cada uno que descuelgo, se produce en mi pecho un desgarro.
Ni la distancia ni el transcurrir taciturno de los días merma las ansias de tenerlo conmigo; ni el miedo enquistado en el momento de su marcha a ese país ignoto y lejano.
En el mismo instante que el avión despegaba, sentí que se apresaban mis manos y su arrullo se deshacía hilo a hilo ante la sangre de mis pies helados porque pensaba, ¿y si me necesitara?
A veces, sonrío con los ojos cerrados e imagino un susurro en forma de canto que dice: madre, tu hijo por el camino viene con el suspiro apretado, con el corazón de semillas florecido y dulces brotes que entregar a sus padres. Inhala un puñado de su tierra como si de una rosa se tratara. Y su aliento acelerado va abrazando a sus gentes, cual destellos de ensoñaciones. Ya brilla mi sol sobre los cerros; los patos en el agua mansa se refrescan, vienen contentos de llevar al río abierto, para siempre mi pena.
Carmen de la Torre
(Carende)
22/02/2012
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