Parece ser que a Manuel profesor del
taller de escritura se le ha encendido una lamparita y ha dicho, ya está bien
de mandar escribir sobre el sexo de los ángeles, los deberes para el próximo
día son: ¿Cuando era pequeño quería vivir…de joven quería vivir… ahora quiero
vivir… pero vivo…?
Voy a intentar responder a sus preguntas
de eso va el tema de hoy.
Cuando era pequeño quería vivir, ni idea
sólo vivía, te puedo contar donde vivía, en las Casas de la Huerta, un barrio
de viviendas al norte del Puerto de Sagunto muy cerca del río Palancia conectado
al centro del pueblo por un camino lleno de baches polvo y sin apenas luz
rodeado de huertos de cultivo hasta su llegada a las primeras casas.
Porque después de lo que me contó mi
padre, que vinimos a este pueblo cuando yo aún no había cumplido un año y solo trajo
sus manos y una caja de herramientas, me imagino que sólo podía aspirar a vivir
en una casita que nos dejó la prima Carmen, que era una bendita mujer, de la
que me acuerdo que se levantaba temprano y ya estaba en marcha limpiando y
dando de comer a los animales del corral pavos, patos, conejos, gallinas y
cerdos. Y creo acordarme que una vez me dijo, y este ladrón no se está comiendo
el arroz de los patos, me imagino que con su bondad me limpio la cara y me dio
un beso. Lo que sí recuerdo bien son las guerras que hacíamos contra los de la
calle de detrás, y cómo volaban las piedras alguna vez impactaban, y ya iba la
madre a interceder a la otra madre, por tener exceso de puntería, cosas de
madres, pero de ahí no pasaba porque al rato ya estábamos siendo amigos
volviéndonos a pelear o a reír según viniera el aire, que estos son cosa de
chicos.
Recuerdo bien cuando salía de la escuela
de Begoña, como coincidía con la salida de los trabajadores de la fábrica en el
camino a casa como era largo siempre alguien te subía en el porta-maletas de la bicicleta y en un momento estabas en tu casa, tu madre te preguntaba, pero como
vienes tan pronto, pues como ibas jugando por el camino siempre te costaba
bastante más, es que me ha traído Santiago, dejaba la cartera y a la calle, o a
comprar el pan siempre había algo que hacer, siempre había algún recado, por
eso de ser mayor siempre me tocaba, o cuida de Pepito.
Los chiquillos más que conocernos es que
vivíamos tanto más en casa del vecino que en la tuya propia, yo me iba a casa
de Alfonso, que tenía un hermano un poco más mayor, y otro más pequeño, y allí
había más ambiente, no había que irse a casa, su madre me daba la merienda y a
seguir jugando, que bonita sería si la vida si la pudiéramos vivir en nuestra fantasía
como un continuo juego, ánimo a todos aunque sea en esencia vivirla así.
De joven quería vivir, pues la verdad,
es que nunca me replantee vivir en otro lado que no fuera la calle Espronceda,
recuerdo que cambie de casa porque las casas de la Huerta, que después se
llamaron las casas del padre Jaime, y después denominaron a sus calles con
nombres de ríos, quizás sea porque están cerca del río, y en la riada de 1957
tuvimos que salir de allí con los colchones puestos, soy consciente que mi
padre vendió la casa que teníamos por este motivo, porque ya no era la casa de
la prima Carmen aunque estaba cerca, era propia y la vendimos a una familia que
vino de Navajas, y me fui a vivir a una de las calles de los pescadores, por
esto y porque a mi padre le toco una Lambreta con sidecar que rifaban en la
falla de la Marina. Mi primo Paco la recogió, porque mi padre en su vida toco
una moto, y se quedó a la entrada de la casa tapada con una sábana hasta que se
vendió, yo le decía a mi hermano que era un fantasma, y no se atrevía acercarse,
siempre entraba pegado a la pared.
Y como parece ser que todo tiene su
porque, nos fuimos a vivir al lado de la plaza de la Marina donde siempre se ha
puesto la falla, cerca del mercado, de la escuela de Begoña y del Ayuntamiento
todo en un puño no había mejor lugar para vivir, luego en su plaza con su alta
fuente que era como un castillo y los partidos de fútbol en esa carbonilla que
había echado la fábrica, algunas veces miraba como las mujeres de los
pescadores arreglaban sus redes en la puerta con una parte agarrada a la reja
de la ventana.
Salíamos en verano hacer la fresca,
porque la brisa del mar por las noches inunda todo este pueblo, pero cerca del
aún se aprecia más, y hablamos y escuchábamos algunas veces a los mayores,
recuerdo al tío Luis que le gustaba contar sus aventuras como bombero de la
fábrica, al tío Miguel el padre de José, a este al otro, claro es que hay que
ir rebuscando en la memoria, me viene ahora el rostro del señor Tomás, recuerdo
ese espíritu familiar que había entre vecinos, no hay mejor medicina para
llevarse bien que no tener mucho, porque así todos necesitamos de todo, y se
comparte más, y en este pueblo todos, quitando cuatro vascos que vivían en los
chales, el resto como decía María Ángeles en uno de mis libros, “todos venimos
de familias poco pudientes”, pero de gente muy valiente con fuerte espíritu emprendedor,
que salieron de sus pueblos y llegaron aquí e hicieron un pueblo, no
encontraron un pueblo, porque aquí no había pueblo, había huerta y naranjos y
humo de las chimeneas. Por eso creo que todos los que peinamos canas, la
segunda o tercera generación de aquellos que empezaron a construir esto pueblo,
ponemos tantas fotos antiguas en los foros, y cientos de personas comentamos
esto y lo otro, y se nota la nostalgia de lo vivido, y la transformación de
este pueblo, se van recordando grandes y gloriosos momentos, aunque el
bocadillo fuera de pan aceite y sal o pan vino y azúcar, que importaba, si íbamos
a la escuela Begoña, y de María Inmaculada las chicas, donde aprendíamos un
montón, donde nos daban todo, los lápices la libretas los libros hasta los
juguetes en reyes, y después a la escuela de enseñanza media o aprendices y
después a trabajar a la fábrica.
La fábrica la pise cuando era un niño,
aún tengo el recuerdo en la cabeza de aquel tocho rojo desprendiendo calor humo
y fuego, en ese momento para mí era un mundo extraordinariamente desconocido y
mágico.
Ahora quiero vivir donde vivo en un
barrio llamado Ciudad Dormida, que aunque sea de viviendas construidas en los
años 50 están rehabilitadas y bien. Más de 15 años estuvimos luchando para que
esto fuera así, ahora muchas viviendas ya se han vendido a otras familias, esto
quiere decir que los hijos de aquellos primeros pobladores que las pagaron al
cabo de 33 años, y que pagaron el solar Altos Hornos de Vizcaya, ya no las necesitan,
quieren viviendas mejores y con ascensor, pero han perdido el encanto de este
barrio. Viviendas que técnicos actuales han definido como “palacio residencial
obrero”. Como yo la compre cuando me case, sigo en ella, salgo de mi casa y
todo el mundo me conoce, siempre me quedo hablando con unos y con otros ayer
mismo saludaba a Pecos y me decía lo que me ha dicho toda la vida, Paco esto de
las casas y es que como era el Presidente de mi grupo todo el mundo venía a
decirme de los problemas que había en su vivienda. Y es que Pecos recuerda lo de antes y no lo actual.
Vivo y seguiré viviendo en Ciudad Dormida,
mientras pueda subir escaleras, si algún día no puedo, Dios dirá.
Y para terminar después de este rollo
consuélense con lo que dice mi amigo Rivero: “Para el escritor la pluma no es
más que una pequeña pistola disparando letras, muchas de las cuales ni
siguieran dan en la diana”.
Francisco Gómez Caja.
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