martes, 6 de enero de 2015


AGAPITO FUENTEFRESCA

          Para que yo me llame hoy Agapito Fuentefresca tuvieron que pasar muchos años. La historia viene de largo y no sé si realmente merece la pena recordar episodio tan particular, o tocar otro tema de los que surgen a diario con el fin de alegrar un poco más el día, aunque, mirándolo bien, por qué no explicar abiertamente algo que, entre dimes y diretes, gran parte de la vecindad comenta  a mis espaldas. Ha transcurrido mucho tiempo, y como suele decirse que éste lo borra todo, no creo que a estas alturas nadie de mi parentesco o ámbito familiar, pueda sentirse ofendido.

         Los hechos, más o menos, ocurrieron así:

         Nací a mediados de los cuarenta, en febrero, tiempo fresquito por tanto, de ahí que al llegar al mundo con un cierto peso, que, según la moda de entonces, te hacía parecer más hermoso, alguien dijera que no venía mal en invierno aparecer ya con algo de grasa  acumulada. Según explicaciones que siempre escuché a alguna de mis tías, mi padre, como es lógico, se apresuró a inscribirme en el Registro Civil; éste quedaba lejos, y en aquella época por no disponer de excesivo poder monetario ni medios de locomoción como ocurre hoy, optó por acudir andando que, según afirman los expertos en salud, es el método más económico y saludable si de querer vivir sano se trata. Bien por demorarse demasiado, bien por cerrar unos minutos antes, lo cierto es que cuando llegó a la puerta del Registro, ésta se encontraba cerrada, y con un cartel que decía "Vuelvo enseguida"  Mi padre, tras maldecir suavemente, según costumbre que a través de los años fui comprobando, se dispuso a esperar recostado en el portal con el fin de guarecerse de una fina lluvia que comenzaba a asomar. Transcurridas más de dos horas y viendo que se le echaba la noche encima, comenzó a desandar el camino de vuelta a casa con el consiguiente disgusto; parece ser que mi madre lo recibió con gran alegría, pensando la pobre que su primer hijo ya pertenecía al mundo de los vivos legalmente, y además con un nombre tan deseado por ella como el de Agapito; Agapito Fuentefresca, en este caso, con el apellido de su amado esposo; aunque, tras conocer el resultado de la gestión llevada a cabo por mi padre, debieron participar ambos, creo yo, de una cena desangelada y bastante tristona. Según he oído contar, quedaron en que al día siguiente, por ser fiesta y hallarse cerrada la oficina, aprovecharían para informar por carta a toda la familia de la buena nueva. Así lo hicieron, si bien, todavía sin nombre oficial como era de razón ¿Cómo le vais a poner? preguntaban todos; Agapito, como a su padre, "pero hija mía, haber si nos abren el Registro que no sé qué ocurre que ya hace casi una semana que está cerrado y no hay manera..." se lamentaba mi madre un tanto desesperada, aunque, tratándose de un tiempo que discurría en pleno régimen franquista, tampoco era muy aconsejable levantar demasiado la voz, no fuera que tuviera la familia algún encontronazo con la autoridad gubernativa.

        A todo esto, mi padre, que llevaba un cierto tiempo en el paro, encontró trabajo. Muy alejado de casa y en pésimas condiciones, pero al menos era una manera de ir capeando el temporal que, según cuentan mis tías, falta hacía en casa. El problema ahora consistía en ver quién podría acercarse por el Registro, pues, por otra parte, mi progenitor, hombre rígido y algo cabezón, no consentía que me inscribiera nadie que no fuera él, ya que deseaba pasear el orgullo de su primer retoño a la vista de todo el mundo. Acordaron, pues, dos soluciones: esperar a que él volviera  a estar en el paro o, sencillamente, enfadados como estaban, no inscribirme y comprobar qué era lo que podía ocurrir. Ocurrió que hubo una espléndida racha de trabajo y mi padre tardó meses en regresar, y como tenían orden estricta de no llevar a cabo mi inscripción hasta que volviera, decidieron montar un consejo familiar para determinar cómo me llamarían mientras tanto. Mi madre, parece ser que era partidaria de llamarme orgullosamente, Agapito y además, Fuentefresca; sin embargo, mis tías, más meticulosas, decían que aquello no era del todo legal y que eran partidarias de llamarme escuetamente, Pito, que era indicativo y forma leve de no borrarte definitivamente del mapa familiar, y también, de cumplir con las reglas que para eso, según su razonamiento, y por mor del Caudillo, estaban impuestas. Sea como fuere, el caso es que mi nombre de Pito, comenzó a sonar. Sin embargo, pronto acabaría aquello, mi padre volvió a casa acabado su contrato y todo hacía pensar que al día siguiente, por fin, acudiríamos al dichoso Registro y que iba a llamarme de una vez por todas como pretendían todos: Agapito Fuentefresca, pero oh, desgracia; esa misma mañana, al salir de la ducha un inoportuno resbalón produjo un esguince de tercer grado en el pie derecho de mi progenitor que le impedía dar un sólo paso. Así pues, nuevamente quedaba aparcada la visita, y, nuevamente, tomaba fuerza el diminutivo de Pito, que a mí, por cierto, cada vez me gustaba más; lo encontraba corto, ágil, cercano y hasta simpático, la verdad... Ya todo el mundo me llamaba Pito. Pito en la escalera, Pito en el trabajo, Pito en el mercado, Pito en el parque, Pito en el autobús; Pito, Pito, Pito y más Pito. Pito, por aquí y Pito por allá. A la vista del éxito, mis padres prefirieron seguir la corriente y perder la prisa por la famosa inscripción, a la espera quizá de que con el tiempo, yo mismo optara por hacerlo valer de una forma u otra; sin embargo, cómodo como me sentía, esto no ocurrió hasta el año setenta y ocho en que, instaurada la democracia, un buen día de sol, paseando del brazo de mi mujer y después de un buen desayuno, me presento en el Registro Civil y tras saludar educadamente a los empleados, les digo: Hola, buenas...; ustedes no se lo figuran, claro, pero venía a informarles de que he nacido y a solicitarles tengan a bien inscribirme a todos los efectos a que hubiera lugar, con este bonito nombre que traigo puesto y por el que tanto pelearon un día mis queridísimos padres de, Agapito Fuentefresca.

Agapito.
               
                (primo de Luis)  
                        


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